La
gente se despide sin tener la mínima sospecha de que con aquella ligera costumbre
de obsequiar un beso —si, en singular, sólo uno—, mi lado obsesivo no puede
evitar que la voz que vive en mi cabeza exclame: « ¡dos!...»
He
llegado a desear adoptar una sobria genuflexión a la usanza japonesa, a ver si
así olvido de una vez por todas… el medio
de tu nombre.